Texto: Eduardo Varas C.
Rodolfo Páez tenía 29 años. Era más flaco que la esperanza y tenía ese cabello ondulado hasta los hombros. Largo, como el camino que había recorrido. En la portada de «El amor después del amor» está Fito, un Fito que mira como si supiera el secreto de todas las cosas y, al menos, en esos años en la década de los 90, él tenía todas las respuestas.
Venía del dolor y de las rupturas. Seis años antes mataron a su abuela y tía abuela por robarles en su casa, en su Rosario natal. Y tiempo después terminó su relación con Fabiana Cantilo, con quien estuvo un tiempo considerable. En 1991, con miras ya de un nuevo disco, luego de que le fuera muy bien con su álbum de 1990, «Tercer Mundo», él estaba creando nuevas canciones.
Pero algo más debía pasar.
Y ese algo fue Cecilia Roth.
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Fue en una fiesta en 1991. «¿Me servís vino, nena?», fue lo primero que le dijo. Ella estaba casada en ese momento. Él la llamó al día siguiente y salieron al cine. Al regreso le dejó para que escuche la maqueta de «Tumbas de la gloria». Y surge la pregunta, ¿qué es el amor después del amor?
Fito Páez dio una respuesta que no es necesariamente directa, pero da en el clavo. Luego del dolor y de aquello que se rompe, aparece de nuevo el amor. No se agota, está ahí, en ese estribillo que se repite a final de la canción que le da nombre al disco:
«Nadie puede
Y nadie debe
Vivir, vivir sin amor»
Semanas después, ya con una relación que seguía explotando, Páez compondría una de sus canciones más hermosas, para la mujer que estaba amando: «Te vi juntabas margaritas del mantel / ya sé que te trate bastante mal / no sé si eras un ángel o un rubí o simplemente te vi / Te vi, saliste entre la gente a saludar / los astros se rieron otra vez, la Llave de Mandala se quebró o simplemente te vi».
Un disco como pocos
Si bien «El amor después del amor» es un disco de ese cruce temporal entre los 80 y 90, es un álbum que vence al paso del tiempo. Bueno, sí que suena a algo que, en ciertos momentos, no llega a funcionar hoy en día —especialmente en «Tráfico por Katmandú»—, pero eso no importa como experiencia total. Su supervivencia está garantizada por todos los puntos y emociones que Páez toca aquí.
Todo lo que hace de Fito Páez un gran compositor está aquí. Ya sea la alegría por las nuevas posibilidades en la vida —»A rodar mi vida», «El amor después de amor»— la fascinación por el cine —»Dos días en la vida», con la historia de Thelma y Louise de fondo, «La Verónica» y «La balada de Donna Helena» como película perfecta— y la certeza de ver hacia atrás con nostalgia y buenaventura —»Pétalo de sal» y «Tumbas de la gloria»—. Ahí, todo ahí.
En esta especie de síntesis hay espacio para las más impresionantes colaboraciones, también. Quizás en este punto, «El amor después del amor» se vuelve gigante —es el disco más vendido en la historia del rock en Argentina y por algo debe ser—. Ya sea esa voz poderosa de Claudia Puyó cantando como si no hubiera mañana en la canción que abre el disco; o Celeste Carballo y Fabiana Cantilo interpretando a Thelma y Louise, en uno de los momentos más altos.
Y ni hablar de la maravilla de tener a Mercedes Sosa cantando «Detrás del muro de los lamentos», la joya precisa.
Pero si se tiene que hablar de Fito Páez no se puede —es imposible no hacerlo— no hablar de Charly García ni de Luis Alberto Spinetta. Ambos están aquí. Con García, Páez coescribe «La rueda mágica», esa canción en la que ese pasado de adolescente seducido por el rock sirve para hablar de los afectos que se han ido, pero que están, permanecen. Y García canta la segunda estrofa y el coro con autoridad. Para que luego entre Andrés Calamaro y ponga lo suyo en la parte final del tema.
Algo que Calamaro también hace en «Brillante sobre el mic».
Con Spinetta llega uno de los momentos más melancólicos y hermosos del álbum. Con «Pétalo de sal», la guitarra casi etérea de una de las leyendas del rock argentino permite que esta especie de dolor que la canción derrama, sea más intenso. Ya en el puente, Spinetta canta con ese fraseo tan suyo, apropiándose del espacio y tiempo: «Furioso pétalo de sal / la misma calle, el mismo bar / nada te importa en la ciudad si nadie espera».
Este fue un disco de explosión y reconocimiento. El músico que vivía con lo justo al dedicarse a esto, se convirtió en estrella, en esa que tocó en todos los escenarios posibles. Es más, con todo lo que ganó a raíz de esta producción le permitió hacer su propio estudio, el famoso Circo Beat.
Solo un síntoma más. Fito Páez tocó algo que no muchos pueden decir que consiguieron.
Un disco que en su producción fue el resultado de la colaboración con Tweety González y Carlos Narea. Que tiene una guitarra sampleada de Gustavo Cerati dando vueltas y más vueltas que pedía la vida para tratar de reaccionar. Un conjunto de temas impresionantes que juegan con la métrica, con la capacidad melódica de un cantante como Fito —nunca el mejor cantante, siempre el mejor de todos—, con el entendimiento claro de lo que el pop puede conseguir con frases que se repiten y que permanecen.
«El amor después del amor» es todo lo que está bien en la música.
Y que Fito Páez haya anunciado que lo volverá a grabar, pero esta vez con nuevos invitados —entre ellos Nathy Peluso, Bizarrap, Caetano Veloso y Elvis Costello— no es resultado de tomárselo a la ligera. Páez no va a negar el pasado, va a hacerle un tributo a un trabajo que ya no es de él, es de la gente, para que la potencia de las canciones que hizo entonces siga dando ánimos en estos tiempos.
El amor después del amor se parece a un sonido familiar que nos da alegría. Eso.