Texto: Eduardo Varas C.
Nos quedamos en Pikachú, pero no discutimos ni hacemos el ejercicio de tratar de entender las dinámicas detrás del arte urbano. De sus disciplinas, de los puntos de encuentros, de su carácter efímero, de lo que significa como manifestación artística en una ciudad.
Y en medio de la reacción sobre lo que pasó en Quito con un mural de Okuda San Miguel que cedió España a la ciudad, hay algo que viene cocinándose en Guayaquil. El arte urbano, ese que se ve en las calles, está ingresando al interior de museos y galerías.
Pero no en busca de legitimidad, hay que aclararlo de entrada.
El proyecto «Cartografías del encierro», del equipo de Emergencias Culturales, con María Fernanda López a la cabeza, está haciendo algo importante por el arte urbano del país. Y es que a través de una serie de búsquedas curatoriales, exposiciones y la generación de un archivo, se trata de acercar estas manifestaciones artísticas a otras personas. En espacios distintos, para que se reconozca algo que muy pocas veces se le da: valor.
Esta maniobra no se realiza para legitimar este arte, ni para «volverlo más importante». Por ahí no va el proyecto. Esto lo explica mejor María Fernanda López:
«El grafitero no se legitima en un museo, lo hace pintando trenes, metros, o con espectaculares aéreos. Los artistas urbanos se legitiman teniendo una línea creativa personal. Así que el paso por el museo se da para generar nuevos públicos, para que la gente sepa que además de un Camilo Egas, un Luigi Stornaiolo, un Miguel Varea, también hay un Made, un Chester, un Play. Que más allá de los muralistas mexicanos, Rivera, Siqueiros y Orozco, también hay un Siler, por ejemplo».
Entonces, bajo la idea de que la cultura contemporánea contempla la visibilización de todas las diversidades, «Cartografías del encierro» parte de una dificultad en común: lo que significó el confinamiento por la pandemia para estos artistas que requieren de la vía pública para que su arte exista.
La idea que agrupa todo
Surgió en 2020, en el confinamiento. Alrededor de una pregunta sencilla: ¿qué está pasando con los creadores y creadoras que usan el espacio público en un momento en que existe un cerco para movilizarse en el exterior?
María Fernanda López aclara que no se trata de un cuestionamiento sobre la parte operativa, sino algo más profundo: «Es una revisión desde lo afectivo. No solo “pinto en el muro de mi casa”. Se buscaba profundizar sobre qué pasaba con ellos como seres humanos. Esto fue importante en la parte de investigación».
Y, dentro de esa mirada, «Cartografías del encierro» aparece como una especie de continuidad de un proyecto que López ha venido desarrollando estos años, como es «Haciendo Calle», una bienal de arte digital urbano. Esta bienal funciona como un vehículo de toma del espacio público en una ciudad como Guayaquil, a veces contraria a este tipo de manifestaciones.
De esta manera, «Cartografías….» surge como «un conjunto de exploraciones curatoriales pandémicas que buscan la forma de romper prohibiciones y este no uso del espacio público y ver opciones para los artistas», como cuenta su mentalizadora. Y para esto se ha dividido en tres etapas.
Una primera de investigación, que se enfocó en hablar con los y las artistas acerca de cómo se sobrellevaron el confinamiento. Esta dio por resultado una propuesta museográfica que llevó a la segunda parte: la exposición en varios espacios de Guayaquil.
Por el momento, «Cartografías del encierro» se ha dividido en tres muestras: «Archivo – Pandemia – Arte de la calle» en el MAAC; «Graffiti y Pospandemia«, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, y en «Revisión de lo liminal entre el arte urbano y el arte contemporáneo«, en la Alianza Francesa.
La tercera etapa es la de la memoria, el registro. «Quizás la más importante», dice López.
«Cartografías de la memoria» cuenta con la participación de artistas de México —Siler, Azote, Said Dokins—, Perú —Buhho—, Colombia —Punkposters, XimenaOrtiz—, Chile —Thorn 185—, Honduras —Betan, Samuel Er—, Guatemala —Soft—, Uruguay —El Reina—, Bolivia —El Hef— y 28 artistas de Ecuador.
Ser parte del proyecto
Para Carolinaquilart es el nombre con el que firma su trabajo Carolina Chang. Lo suyo es el paste up, esa técnica que preproduce —es una forma de ponerlo— el arte que luego será pegado en las paredes. Goma, pegamento o en formato sticker. Ella es una de las seis personas de un colectivo que cuando encuentra una pared, se pone de acuerdo y sale a pegar su trabajo.
Entre 2018 y 2019, ella empezó su trabajo. Y, se puede sugerir que en pleno confinamiento no la pasó nada bien: «Me sentí atrapada, sofocada y triste. Dibujaba cosas para desahogarme», dice. A veces se escapaba para salir a pegar su trabajo en paredes cerca de su casa. O aprovechaba, cuando se podía salir con horarios fijos, para ir a lugares un poco más alejados. Se trataba de ir, pegar y correr.
Carolinaquilar tiene claro lo que hace. Para ella no hay un gesto de rebeldía en el arte urbano. Lo que existe es un acto de expresión en las calles de Guayaquil: «Se busca generar un impacto visual en la gente que va por la calle, sacarla de su rutina. En la calle no hay prejuicios, hay una libertad única porque tanto el curador de arte como el vendedor de chicles lo van a experimentar».
Para ella, sacar el arte urbano de la calle y que pase a galerías y museos es interesante, porque «lleva este arte a otro nivel». Uno que no es mejor, sino que es distinto. Que permite que se llegue a otras personas. Y que estas personas vayan cambiando su mentalidad frente al arte urbano. De cierta manera, David Parra —otro de los artistas— concuerda con Carolinaquilart: «Es súper emotivo abrir espacios, porque generan apertura hacia lo que hacemos, porque lo lleva a otro espacio«.
Ese arte para la gente de a pie
David Parra firma como Zooforma. Es de Machachi y entre 2006 y 2007 empezó a dar sus primeros pasos en el arte urbano. Lo suyo es el dibujo y el graffiti. Y aquello que nació como un pasatiempo, se convirtió en una expresión relevante y necesaria. Y lo disfruta: «En el espacio público se está con los otros. Las calles son transitorias; siempre pasa algo nuevo que modifica nuestras estructuras».
Para él, el arte urbano —especialmente el graffiti—es un lenguaje universal que puede unir. «Puede ser que no entiendas algo en alemán, pero sí vas a entender el graffiti», dice. Lo que sostiene mucho de esta expresión artística es la idea de comunidad que hay de por medio —que se vayan formando colectivos que se permitan hacer un arte que le agrade a los vecinos del barrio—.
Actualmente él siente que sigue a la caza de lo propio, de lo suyo. Algo que viene haciendo desde que en 2011, cuando empezó a dedicarse a esto de manera «seria». El artista no deja espacio a dudas: «Lo hacemos como una forma de comunicación, para dejar un rastro».
María Fernanda López asegura que llevar adelante el proyecto no ha sido sencillo, especialmente porque, todavía, el ambiente del arte sigue en la dicotomía «culturas de clase alta y de clase baja. Se piensa en estos creadores “vandálicos”, de la calle, que siempre serán de segundo orden». Y dobla la apuesta:
«Esta muestra me ha permitido ver cómo se maneja la academia y la institucionalidad frente al arte urbano y cómo utilizan estos discursos de las diversidades, de una forma fantasmagórica y demagógica».
Eso es parte de la experiencia. Se trata de, quizás, luchar para ver en el arte urbano una manifestación igual de contundente o más frente a la que se ve al interior de un museo o galería. Por eso, en Guayaquil, viene siendo la hora de ir a uno de estos lugares para entender mejor lo que sucede en las calles, porque hay que partir de algo.