Texto: María Isabel Burbano
“Esto no fue más que un preludio, allí donde queman libros, al final también se queman personas”.
Heinrich Heine (1797-1856)
En 1953, el escritor británico Ray Bradbury publicó una novela distópica que al menos media humanidad conoce o ha leído: Fahrenheit 451. Una distopía donde los libros están prohibidos. De acuerdo con la novela, el título es la temperatura en la que el papel se deshace y arde.
Bradbury no estaba lejos de la realidad. Aunque ejemplares de todo tipo, color y tamaño reposan en nuestras bibliotecas y las del mundo entero, la historia nos muestra pasajes donde los libros fueron colocados en una hoguera y se convirtieron en cenizas.
El conflicto bélico entre Rusia y Ucrania es el ejemplo más cercano. Un coronel en Kiev mandó a colocar libros de la era soviética, algunos sobre comunismo y teoría política de la URSS, dentro de los neumáticos en una de las tantas barricadas que rodean la ciudad. Les prenderán fuego a medida que avancen las tropas soviéticas. “No los necesitamos”, habría dicho. La información la dio a conocer el jefe de noticias internacionales de la NBC, Richard Engel.
La URSS se disolvió hace 30 años, pero ¿se puede decir que los libros que recogen esa época no se necesitan? Esos volúmenes son la prueba de la existencia de un determinado sistema político, económico, social y cultural que vivió Ucrania. Con los 600 años de existencia de la Divina Comedia, los 400 años de Don Quijote de la Mancha ¿a alguien se le ocurriría decir que no los necesitamos y ponerlos al fuego como quien recoge una madera para mantener la chimenea encendida? Los conflictos no son un justificativo para quemar libros ni tampoco para vetar escritores y artistas.
20 años antes de la publicación de Fahrenheit 451, los jóvenes alemanes, totalmente adheridos al movimiento nacional socialista (nazi) alemán, quemaron en una pira los libros que no representaban la grandeza ni el pensamiento alemán. Sigmund Freud, Karl Marx, Heinrich Heine, Rosa Luxemburgo, Walter Benjamin y otros 94 autores ardieron frente a las juventudes adoctrinadas de Hitler que despreciaban todo lo que fuera escrito por un judío o que no se ajustaba a las buenas costumbres alemanas.
La historia es un testimonio de momentos donde, por ignorancia, maldad o poder, se destruyeron primeras ediciones, papiros científicos, códices mayas, escritos árabes, entre otros.
En Latinoamérica, las dictaduras también prohibieron libros de tipo comunista e incluso quemaron a los representantes del boom latinoamericano, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar porque, en palabras de un coronel, “engañaban a los jóvenes”.
¿Se dejarán de quemar libros? Probablemente no. Cualquier grupo encontrará una razón para hacerlo. Lo que nos queda es la fuerza poderosa de los lectores y la conciencia de que los libros, sean estos de cualquier época, ideología, o autor, cuentan historias y son, en conjunto, el testimonio de la historia de la humanidad.