Texto de: María Isabel Burbano
Corría enero de 1929, todavía faltaban cinco meses para que Un perro andaluz viera la luz. Tanto Luis Buñuel como Salvador Dalí forjaban los cimientos de las carreras que los llevarían a ser el pintor surrealista y el director de cine más representativos de España. Sin embargo, en ese enero decidieron enviar una carta burlesca a Juan Ramón Jiménez.
Jiménez, natural de Moguer, fue un poeta que representaba al modernismo, pero que, mientras avanzaba su vida, también su obra cambiaba de forma. Jiménez no era una escuela. No es siquiera el primer nombre cuando pensamos en cómo escribir. Sin embargo, su trabajo valió un Nobel de literatura (1956) y Platero y yo (1914) aún se lee en las instituciones primarias.
En esa carta, mitad insulto mitad socarronería, ambos surrealistas se burlan de Platero y su autor:
«Nos creemos en el deber de decirle -sí, desinteresadamente- que su obra nos repugna profundamente, por inmoral, por histérica, por cadavérica, por arbitraria. Especialmente: ¡¡Merde!! para su «Platero y yo», para su fácil y malintencionado «Platero y yo», el burro menos burro, el burro más odioso con que hemos tropezado».
La respuesta de Jiménez tiene mucha más altura y un punto que se presta al debate:
«Estoy completamente de acuerdo con ustedes y con el tercero que se oculta con ustedes: cuanto yo he publicado hasta el día no tiene valor alguno, y me avergüenzo, lo he dicho muchas veces, de la mayor parte de mi obra escrita; y cuanto puedan ustedes decirme de ella me lo he dicho yo con mi propio léxico, aun cuando, por desdicha mía, y según dicen constantemente los críticos de ambos sexos y del otro sexo de ustedes, haya salido de ella la mejor parte de la escritura actual española e hispanoamericana en verso y prosa, lírica y crítica.
Pero ustedes son, además de unos surrealistas, unos majaderos y unos cobardes. Porque al escribir en esa jerga francocatalana, ni siquiera saben ustedes ponerse a hacer en español sus más imperiosas necesidades; porque para mí “merde” no es nada; y, además, porque ustedes saben de antemano que yo no puedo contestarles en esa lengua trasera que es la palabra propia de ustedes. No iba yo a cometer la ridiculez tampoco de enviarles mis padrinos masculinos, femeninos ni “manfloritas” como les dicen a ustedes en mi Moguer. También sabrán ustedes que mis amigos se alegran mucho de su carta y juzgan que ustedes han hecho bien en expeler en ella el vivo retrato de los dos».
Podríamos pasarnos mil y una noches hablando sobre las razones que impulsaron a los muchachos surrealistas a calificar de mierda la obra del escritor más relevante de España en esa época. No así el que dicho escritor diera que lo que ha publicado “no tiene valor alguno”.
¿El escritor debe defender su obra? ¿O es la obra que habla por el escritor? Creo que esa última gestión es innegable. Un buen libro indica si el trabajo del autor es o no una ‘merde’. Jiménez se apoya también en los críticos, que han elevado su obra y es que la crítica literaria es una forma de calificar a la literatura. La mayor voz de un escritor, la única, son sus escritos. Muchos de ellos los dejan vulnerables, con los sentimientos a flor de piel sobre las páginas de una novela o un buen verso.
Borges pensaba, como todo buen lector, “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Otra forma de no enaltecer el trabajo propio que en el caso del escritor argentino no era necesario. Su obra es un grito a la vida, a la muerte, la experimentación y las sensaciones. No queda otro camino que ser buenos lectores, para poder mantener las voces de la escritura fuertes y altas. Es la prueba de la inmortalidad del escritor, pero también de su talento y valía.