Texto: Gabriela Vargas Aguirre
Apenas ha amanecido y lo último que percibo de la realidad son los pasos de mi hija al alejarse luego de decirme que, por favor, no grite tanto.
¡Kenobiiiii!
Pasaron ya 17 años desde la última aparición de Ewan McGregor encarnando al gran maestro Jedi, Obi-Wan Kenobi en «La venganza de los Sith», y yo, con toda la nostalgia que puedo soportar sin llegar a chillar de la emoción, con una camiseta, con la partitura de “La marcha imperial” y mis medias de Vader, estoy lista. Lo he logrado. Sobreviví a la pandemia, a la muerte de mi perro, pero, sobre todo, sobreviví, con la emoción intacta, a los malos augurios para la serie Obi-Wan Kenobi del fandom más tóxico en el mundo del entretenimiento.
Han salido los tres primeros capítulos de la serie de Diseny+ y nuestro protagonista ha pasado de ser el maestro carismático, seguro de sí mismo y de su labor dentro de la orden Jedi, a un hombre deprimido, derrotado, que vive en el exilio, atrapado en una rutina interminable de reproches y de acciones repetitivas, muy lejos ya de ese general ejemplar que se jugó la vida durante las Guerras Clon. Seguramente durante los diez años que separan la serie y el episodio 3 de las precuelas, ha tenido tiempo para pensar y repensarse lejos de sus poderes de Jedi, enterrándolos junto a los sables de luz (el propio y el de su antiguo padawan) que yacen sepultados en las arenas de Tatooine.
La crisis de la fe en la fuerza está totalmente justificada
La caída de su expadawan —Anakin Skywalker— al lado oscuro, el colapso de la República (que no solo se da por el ascenso de Palpatine y la ejecución de la Orden 66, sino, entre otras muchas cosas, por sus políticas expansionistas agresivas, la corrupción y un abandono que se hacía sentir de manera generalizada en la galaxia) y la casi desaparición de la Orden Jedi son razones más que válidas para pasar una década escondido en una cueva.
Por otro lado, su crecimiento en los caminos de la Fuerza se ha estancado. Un Kenobi fuera de forma, conjurando el nombre de su antiguo y rebelde maestro Qui-Gon Jinn para contactarlo como fantasma de la Fuerza sin éxito alguno, deja al espectador un sentido de devastación y vacío en el que tranquilamente se podría viajar a la velocidad de la luz por horas.
Recordemos las palabras de Yoda a Obi-Wan al final de «La venganza de los Sith»:
“En tu soledad en Tatooine, entrenamiento que tengo para ti. Un viejo amigo aprendió el camino hacia la inmortalidad, uno que regresó del Inframundo de la Fuerza, tu antiguo maestro”.
Vader: “Soy lo que tú me hiciste”
No es poca la responsabilidad que recae sobre los hombros de Kenobi al momento de verse cara a cara con su ex pupilo convertido al lado oscuro, ya que, años atrás, y en contra de lo que el Consejo Jedi, en especial el maestro Yoda, había sugerido, él decidió entrenarlo. Y es que Obi-wan, por muy Caballero Jedi que sea, sigue siendo humano y estas palabras del ahora Darth Vader son lo que, probablemente, más le haya dolido.
https://www.youtube.com/watch?v=7Bsa4Nq1TuI
El camino hacia “Una nueva esperanza”
Pero no todo se trata del desencanto. Al parecer no hay manera de que nuestro Obi-Wan se libre de los Skywalker. Luego de la llamada de un viejo amigo de la época de la República, Bail Organa, para solicitar ayuda porque su “hija” ha desaparecido, el maestro vuelve a la acción. Una pequeña Leia Organa (Vivian Lyra Blair) toma las riendas hasta llevar al Jedi al reencuentro con sus poderes. No es la primera vez que nos topamos con el personaje infantil pisoteando la desesperanza. De hecho, se ha vuelto ya un recurso recurrente en la era Disney de Star Wars (Grogu y Din Djarin, Omega y los chicos del Bad Batch). En este caso, sin embargo, debo admitir que funciona maravillosamente. La relación entre ambos en pantalla nos da la luz que necesitamos para plantearnos el inicio del retorno del maestro: el sabio, el ecuánime, aquel que, unos años más tarde, acabará perdonando y dando muerte en tan solo tres movimientos a su enemigo de toda la vida: Darth Maul. Se trata del Obi-Wan Kenobi que, llegando a la cúspide de su entrenamiento, NO muere a manos de Vader, sino que se hace uno con la Fuerza.
Quedan tan solo tres episodios de la serie dirigida por Debora Chow y es posible que sea la última vez que veamos a Ewan McGregor interpretando al legendario Jedi. La serie tiene ya sus feroces detractores, pero yo, por lo menos, me quedo con los gritos emocionados, la escapada de un par de lágrimas, los momentos en los que se me pone la piel de gallina y esa capacidad que tengo para enamorarme totalmente de personajes imaginarios, protegiendo así una de las versiones de mí que más amo: la de la niña.