Texto: Valeria Estrella
La obra de Gabriela Ponce es una poética al cuerpo, a las reacciones de este que comúnmente son aplacadas por nuestra parte más racional, pero que desde el fondo palpitan y buscan sustancias que calmen las angustias más profundas del ser. Todo lo que se desprende del cuerpo tiene su lado sacro, pues es materia pura de las expresiones que no se quedan ancladas en el vacío, sino que salen a flote y son testimonio carnal de un derrumbe existencial.
A la par es materia tangible profana alejada de los estamentos de lo estéticamente conmovedor. Sangre que mana entre las piernas es sinónimo de una herida de muerte y en exceso natural, el vacío no es solo la sensación de angustia e incertidumbre humana son cavidad anal y vaginal, entregadas al acto sexual para un placer efímero pero regenerador que cubra las hendijas por las que ingresan las inclemencias. Lágrimas y mocos acompañan el desbordamiento de los afectos negados y de aquellos disformes e incomprensibles que ocurrieron durante el desarrollo temprano, pero que fueron incapaces de ser caricias sublimes. El cuerpo necesita el tacto con otros para sobrevivir, relaciones de diversos tipos que sean un despertar de sentimientos propios y compartidos.
Como Audre Lorde (2003) lo trata en su texto “La hermana, la extranjera”, el erotismo es una fuente de vigor salvadora en particular para la mujer. La protagonista de “Sanguínea” (Severo, 2020) rompe con los prejuicios sociales que ha sufrido la figura femenina cuando ha querido disfrutar de sus sentimientos y sus reacciones corporales. Ella reivindica ese cuerpo que suda, que añora orgasmos y suspiros. Es una mujer con profundos conflictos que está deshilando sus crisis (divorcio, familia, maternidad) y permitiéndose ser, lo que evidentemente implica equivocarse.
Lo que hace la escritura
La escritura es un medio que le permite acompañarse en su autodescubrimiento, es recordatorio de la importancia de sus sentires eróticos que son calmante de heridas pero que las reviven: “Lo erótico es un espacio entre la incipiente conciencia del propio ser y el caos de los sentimientos más fuertes. Es una sensación de satisfacción interior que siempre aspiramos a recuperar una vez que la hemos experimentado” (Lorde, 2003, 38).
Es el caos uno de los adjetivos más propicios para denominar la obra de Ponce, un bullir al borde de la explosión. Los vínculos afectivos son espacios de protección, pero no son los núcleos tradicionales los que cuidan, al contrario. La familia en este caso solo aumenta el vértigo y los sentimientos de abandono (un padre ausente). Aun aquellos que más cariño han impartido son intangibles porque han muerto (hermano y abuela) y recuerdan heridas que se vuelven a encarnizar. La expareja es sensación de espera constante, cada vez con menos fe y con mayores magulladuras. Este esposo vive en el recuerdo, en la lista de cosas que han expirado, su imagen actual es borrosa, plagada de inestabilidad que despierta el impulso animal de conflicto.
En cuanto al hijo que crece en el vientre de la personaje principal, es un desconocido. Ha invadido y crece atemorizantemente, pero no hay más vinculo que el de darle a luz, porque el deseo de ser madre es inexistente e increíblemente sincero. Empero no es decisión sencilla, en ella recaen los imaginarios del placer de amamantar, el deseo de proteger y de no estar en soledad. Un flujo de sensaciones, pensamientos y sueños que se reúnen en un diario. ¿Entonces quiénes acompañan verídicamente? Están las amistades, principalmente el personaje de María que consuela y ante todo busca proteger.
Una de las imágenes más poderosas del texto es en la que María abraza a nuestra protagonista en medio del río y sus cuerpos se funden en un ritual de limpieza y empatía: “Me abrazó y nos hundimos en el agua, yo, tocando su pelo ondulado, ella, apretando mi cadera, sintiendo sus nalgas firmes, reposando mis brazos en su espalda, rodando los cuerpos en el agua, calmándose mi sangre y yo con ella, todo juntándose lejos del pensamiento, Inmenso el cielo” (Ponce, 2020, 35).
Está el hombre de la cueva con el que casi no se mantienen conversaciones, todo ocurre armonioso sin necesidad de la palabra, un lugar agreste que da más cobijo que el propio hogar. Un vínculo que irrumpe para que las madrugadas dejen de lastimar y que es tierra mágica de criaturas y recuerdos infantiles felices, aunque a su vez es imposibilidad. La tripofobia es apasiguada con semen y lenguas entrecruzadas. También está M, que le da cobijo en un hogar con olor a caca de vaca y dónde la protagonista siente un amor maternal hacia M, mientras él cuida de ella y cree haberse enamorado. Todos seres con vínculos que rompen con los mitos románticos y dan paso a relaciones insurgentes cuyo accionar es la incondicionalidad sin cláusulas restrictivas. “Sanguínea” es el lugar donde las relaciones son repensadas con el cuerpo y con otros individuos.
Lista de referencias:
Ponce, Gabrila. 2020. Sanguínea. Barcelona: Editorial Candaya S.L.
Lorde, Audre. 2003. La hermana, la extranjera. Madrid: horas y Horas editorial.