Texto: Daniel Maldonado*
El mundo de la ficción pop moderna se ha empeñado en mostrarnos a millonarios con alma de Dalai Lama. Tony Stark, Oliver Queen, Danny Rand y, en menor medida, de Bruce Wayne. Ellos forman parte del selecto grupo de megamillonarios que salvan al mundo mientras sus arcas se siguen llenando por el poder del guion.
Ahora que vivimos en el mundo de los megamillonarios de la vida real, el vox populi anhela que sean tan buenos y nobles como los de las películas. Y nos estamos dando con el canto en los dientes. Elon Musk (Pretoria, 1971) ha sido, durante los últimos meses, carne de primera plana de todos los diarios del mundo. Y no sólo por los tabloides que siguen el juicio Depp-Heard o por el nombre de su vástago que parece contraseña de WiFi.
El megamillonario acaparó los titulares cuando, en una jugada hostil, ofreció 44 mil millones de dólares por Twitter, el sitio de microblogging (y de odio gratuito) creación de Jack Dorsey. Pero esa no es ni la última ni la más grande polémica del nacido en Sudáfrica.
Elon Musk se ha vendido como el hombre mas imaginativo del mundo y es muy probable que lo sea. Sus creaciones hablan por él: Paypal y SpaceX son fruto de su inventiva. Así como el desarrollo de Tesla, la principal fábrica de automóviles inteligentes (y feos) del mundo. Sus aspiraciones fueron más allá de venderle al presidente Trump un programa espacial privado. O los proyectos Starlink, de internet ‘gratuito’ mundial marca Musk, y Neuralink, chip que se supone será un implante cerebral para mejorar la vida de los ciudadanos, entre otros. Musk se ha ganado la fama del tipo que nos llevará al futuro. Pero a diferencia de los superhéroes, en el mundo real las arcas no se llenan de un guionazo.
Musk fue muy criticado en 2017 por legisladores del partido libertario norteamericano, que lo acusaban de hacerse millonario gracias a los subsidios que le brindó el estado norteamericano para mantener a flote su emporio. En 2018, fue acusado de maquillar los estados financieros de sus empresas para aumentar el precio de las acciones, además de recibir una demanda de la Comisión de Bolsa de Valores de USA por declaraciones en Twitter en las que —afirmaban— buscaba engañar a los posibles inversores de Tesla Motors. Aceptó un acuerdo por esos cargos de fraude, lo que lo llevó a renunciar a la presidencia de Tesla para evitar una multa mayor a los 20 millones que terminó pagando.
Durante 2020 pasó de apoyar las medidas de confinamiento por la pandemia a twittear que las medidas eran draconianas y amenazar con llevar su planta de Tesla fuera de California, donde afirmaba de las leyes de restricciones eran menos estrictas. Se le olvidó mencionar que California es un estado con una alta carga tributaria, y Musk siempre se ha dado modos para evadir al IRS. Anunció, vía el gobernador de California, que había adquirido 1000 respiradores para aliviar la carga hospitalaria fruto del Covid-19, pero luego el mismo Newson afirmó que nunca vio los supuestos respiradores. Musk le pidió, obviamente vía Twitter, que arreglen esa ‘mala información’, pero el asunto no llegó realmente a ningún lado. Igual que los respiradores que supuestamente compró.
Más de Musk y su bocota
Sus polémicas financieras continúan. Durante 2021 anunció que Bitcoin, la famosa criptomoneda, era la moneda del futuro. Y con unos cuantos twits hizo que su precio se disparará, generando ganancias millonarias a los poseedores de la moneda digital. Dos semanas después, anunciaba que vendería todo su Bitcoin porque el minado era ‘malo para el medio ambiente’. Los precios se desplomaron y Musk en lugar de vender, compró.
Además de promocionar su propia criptomoneda, la dogecoin, como una alternativa eficiente de gestión monetaria.
Sin mencionar que detuvo la compra de Twitter, argumentando la presencia de bots y de cuentas falsas dentro de la plataforma y tratando de mostrarse como un adalid de la libertad de expresión de Internet. Lo que no contó es que las acciones de Twitter bajaron luego del anuncio, por lo que el precio ya era mucho menos de 44 mil millones. ¿Cuánto? Habrá que esperar para conocer el nuevo monto de la compra.
Aparte se ha metido, siempre vía Twitter, en polémicas como las de llamar fascistas a las autoridades californianas. O por anunciar que el modelo de trabajo chino era de admirar y hasta alentar a la gente a tener mas hijos, diciendo que era un ‘sinsentido’ aquello de que la explosión demográfica aumentaba la velocidad del cambio climático. Su último trino informaba que pensaba votar republicano en las ultimas elecciones. Para él, los demócratas se habían convertido en el partido del odio en lugar de ser, en sus palabras, el partido de la ‘bondad’. Y podríamos continuar por un buen rato.
¿Qué diablos le pasa a Elon Musk? Nada. Él está tratando de conseguir más dinero mediante maniobras poco claras y palabrería que inflama el pecho de todo aquel que se sienta vilipendiado en redes sociales.
El gran adalid de la libertad de expresión realmente quiere toda nuestra data. La que está almacenada en todos los servidores de Twitter, para seguirnos vendiendo cosas y seguir entrenando a sus algoritmos de IA que sirven para, entre otros, vendernos más cosas.
Sus arranques libertarios nunca han probado ser nada mas allá de unos pocos tuits. Y aunque sus creaciones sí son un paso adelante en la tecnología del momento, no están realmente al alcance del ciudadano de a pie, como él lo quiere mostrar. Preocupa que toda la información que llega y sale de Ucrania, tenga que pasar por la empresa de Musk antes de seguir viaje por Internet.
El paladín de la libertad
Si Musk de verdad fuera el superhéroe canchero y nerd que nos quiere vender, luego de sellar la compra de Twitter apagaría esos servidores para siempre y borraría el código fuente. Lo mejor que podría hacer por la humanidad es desaparecer esa fabrica de odio. Pero no lo va a hacer. Nadie quiere deshacerse del odio cuando viene cubierto de millones de dólares.
Creemos que los grandes millonarios suelen ser superhéroes, pero la realidad nos recuerda que Lex Luthor también es de esos mismos grandes millonarios. Y resulta que el calvo de Metrópolis no era tan ficticio como creíamos.
*Daniel Maldonado (Quito, 1987) es cada vez es menos cascarrabias en redes y es conocido como Nemo. Docente universitario, nerd a tiempo completo e investigador de lo que se tercie. Cuando el doctorado se lo permite es el host de «Psychonemo El Podcast» y también es una de las voces de «YSNCPP«. A veces escribe en los diarios.