Texto: Eduardo Varas C.
¿Qué es lo que hizo? Morirse. De golpe. Sin aviso, horas antes de dar un show. Él, quien parecía armar con Dave Grohl un dueto de humor que tenía todas las rutinas ensayadas. Quien se sintió como el segundo al mando de los Foo Fighters. Taylor Hawkins, el que parecía ser tu amigo, el de las muecas al aporrear la batería, el de la voz poderosa, el que no dejaba de pasarla bien. Hawkins como un Ringo contemporáneo, ese baterista adorado por millones.
Todos esos que ahora están —estamos— en shock y lloramos su muerte en Bogotá.
Porque hay una relación que se ha construido con el paso del tiempo. Con alguien que fue parte de esa banda sonora de los últimos 25 años de la vida del universo. Porque el rock puede ya estar muerto —para las estrategias de mercado y para dos o tres nostálgicos—, pero Foo Fighters, The Birds of Satan, Chevy Metal, Taylor Hawkins and the Coattail Riders, NHC y su propia carrera solista estaban con vida.
Y seguirán con vida. La música está registrada y permanece. En cada «play», la resurrección es posible. Por eso, a punta de beats, de cambios de ritmos, golpes precisos y un manejo de los platillos que es de otro planeta, Hawkins está, continúa.
Sí, es un lugar común, uno que funciona porque en el registro está la única posibilidad de eternidad que conocemos. Se escucha el pasado y lo que ya no es con la melancolía de lo que nunca más será. Pero igual, esa es una forma de vida. Eso es lo que nos debe bastar.
El baterista que cantaba y que tocaba piano y guitarra y que componía canciones se queda con nosotros. Y ha dejado suficiente material como para que lo sigamos descubriendo por mucho tiempo.
Fijarse en el baterista
Es imposible no hacerlo. Es ley de vida. Hay un esfuerzo en el trabajo del baterista. El músico a quien se lo coloca en el centro y casi siempre por encima del resto de los miembros de la banda. Como si fuese el rey. Hawkins lo sabía, era el rey en una banda donde ya había uno.
Siempre fue posible dos reyes. Una anomalía.
Como tenerlo en mente desde que salió en el video de «You oughta know», de Alanis Morissette, en 1995. En un conjunto de músicos de rellenos y sin personalidad, Taylor Hawkins resaltaba por la fuerza de sus movimientos y la melena rubia. En una canción que no grabó, pero en la que sí tocaron Flea y Dave Navarro, con quien años más tarde haría un proyecto musical, NHC, que debería sacar un disco pronto.
Era el baterista de Alanis Morissette. El mundo lo llamaba así. Se convirtió en Taylor Hawkins cuando pasó a ser parte de los Foo Fighters. Los amigos le decía a Taylor que debía conocerlo, que se llevaría bien con él, que tenían el mismo humor. Y lo tenían. Cuando se conocieron no fueron los únicos en notar esa conexión que los convertiría en compañeros de banda, sino en buenos amigos. La propia Alanis le preguntó a Hawkins: ¿Qué harás cuando Dave Grohl te pida ser parte de su banda?». A Taylor le pareció descabellado. Pero con el tiempo esa idea creció.
—¿A quién me recomendarías para el puesto de baterista? —le preguntó Grohl cuando lo llamó por teléfono. Habría querido decirle, ven, sé nuestro baterista, pero Alanis era lo más grande en ese momento y no tenía sentido sacarlo de ese lugar.
—Yo soy esa persona —respondió Hawkins.
El 18 de marzo de 1997, Taylor Hawkins se convertía en el reemplazo de William Goldsmith en Foo Fighters. Sí, llegó a cumplir 25 años en el puesto.
El inicio fue eso. De ahí todo los demás. Las giras, los discos, las canciones, el estilo de tocar batería, la camaradería con todo el mundo —no hay ninguna sola persona dentro del negocio de la música que no se haya lamentado por su muerte—, esa especie de aura de chico californiano buena onda, dispuesto a hacerte reír y a reír todo el tiempo.
Taylor amó a la música. Bandas y proyectos por doquier. Tocar para todo el mundo, Pasar ese buen rato. Hawkins hizo una banda de covers de The Police a la que llamó The Cops. En 2016 lanzó su Ep solista, «Kota», donde en cambio dejó en evidencia su amor por Queen —probablemente su banda favorita— y Kiss. En «Concrete and Gold», el disco de 2017 de Foo Fighters, cantó en un tema en el que Paul McCartney tocó la batería.
Ya tenía listo un disco con el proyecto que tuvo entre Dave Navarro y Chris Chaney. No hay noticias sobre si este lanzamiento sucederá. Y con los Foo ya tenía suficientes planes para estar ocupado un buen tiempo. Nada se había revelado, pero en el lapso de tres semanas, la banda de Grohl y Hawkins había lanzado una película de terror —la descabellada «Studio 666»— una gira sudamericana y un disco nuevo, bajo la firma de la ficticia banda de metal que aparece en el filme. El disco «Dream Widow» salió el 25 de marzo de 2022. Ese día, por la noche, Taylor Hawkins estaría muerto.
Más allá de todo
Que las sustancias en su cuerpo —como evidencia de un lugar común de que el rockstar solo consume drogas y ya—, que intentaron revivirlo pero que fue inútil, que la banda fue la que se lo anunció al mundo. Esta es la parte anecdótica y que poco importa. En agosto de 2001, cuando le dio una sobredosis por heroína, permaneció dos semanas en coma. Dave Grohl estuvo a su lado todo ese tiempo. Incluso fue la primera persona que lo vio abrir los ojos.
«No solo es mi mejor amigo, es mi hermano», dijo Taylor sobre Grohl es le documental de la banda, «Back and forth». Después diría que si algo así le pasara a Dave, él haría lo mismo, que así sería hasta la muerte.
Muchos han pensado —pensamos— en Grohl. En este golpe, en lo que pasó con Cobain hace casi 30 años.
Hay más gente que se queda sin Hawkins, aparte de los fanáticos que nos sentimos un poco más huérfanos. Están los amigos y la gente que lo conoció personalmente. La gente que hablaba con él siempre —hasta Tommy Lee, el baterista de Mötley Crüe, escribió que había hablado poco tiempo antes con él—, los que intercambiaron palabras, los que tienen fotos con él, esa gente que se sintió afortunada por haberlo conocido aunque sea por un par de minutos.
Y luego está su familia. Presente en los proyectos que hacía por su cuenta, en los que él tomaba las decisiones. Deja a su mujer, Allison, diseñadora, y a sus tres hijos: Oliver, Annabelle y Everleigh. Se quedan sin él, como todo el mundo. Para el segundo disco de Taylor Hawkins and the Coattail Riders, «Get the money», de 2019, estaba componiendo una canción cariñosa a su hijo mayor. Él la escuchó y le dijo que se olvidara de ponerla en el disco: que si lo hacía, lo golpearía. Claro, un adolescente recibiendo una demostración de afecto por parte de su padre no es algo recomendable para la adolescencia. Annabelle se le acercó y le dijo al papá: «¡Hazme una canción a mí, entonces!».
Y salió «Middle child», una de las mejores cosas que Hawkins pudo componer, tocar y cantar:
Una voz fuerte, de amplio registro, capaz de cantar canciones que tenían por vocalista a Robert Plant y a Freddie Mercury. Baterista como pocos, y dueño de armonías precisas, para esto solo vale escuchar como evidencia a «Rope», de Foo Fighters, del disco «Wasting Light», de 2011. Taylor Hawkins podía hacer lo que quisiera y optó hacer importante: ser el baterista de una banda de rock importante —su sueño— junto a su mejor amigo; cantar las canciones que amaba; juntarse con otros amigos a hacer más canciones y el camino hacerse amigo de personas en todos lados. Que lo iban a ver tocar y que gritaban su nombre para que él les devolviera el saludo, lo que hacía si problema.
Ser rock and roll no solo pasa por destruir habitaciones, ni por lanzar miseria y dolor al primero que pase. Taylor Hawkins lo demostró y solo necesitó 50 años para hacerlo.